José Martí nos enseña que quien resiste con perseverancia acaba trinfando

TRES HEROES - José Martí

Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados.




Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba.



miércoles, 20 de abril de 2011

Chernobyl y Fukushima, dos desastres y dos sistemas




La catástrofe de Chernobyl hace 25 años representó para el socialismo real lo mismo que hoy la de Fukushima para el capitalismo. Ambos son de ese tipo de eventos que abren los ojos de la gente y ponen de manifiesto que el gigante que parecía invulnerable tiene los pies de barro; que los sistemas llegan a un punto en que o sufren una profunda transformación o están condenados al colapso. El ex-presidente Mikhail Gorbachov, que algo sabría del asunto, reconoció el 26 de abril de 2006 la importancia histórica de Chernobyl:


"El accidente del reactor en Chernóbil, cuyo vigésimo aniversario se cumple hoy fue, quizás más que la 'perestroika' iniciada por mí, la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética cinco años más tarde (…) quedó el tiempo antes de la catástrofe, y está el tiempo completamente diferente que siguió. (…) La catástrofe de Chernóbil posibilitó la libre opinión. El sistema, tal y como lo conocíamos, no podía seguir existiendo. Quedó absolutamente claro cuán importante era continuar con la política de 'glasnost' (transparencia)"
El socialismo real compartía con el capitalismo el mismo pecado original: era un desarrollismo a ultranza sin ninguna conexión con las necesidades reales de la sociedad, y absolutamente ignorante de que el crecimiento tiene límites. El motor de su economía era una industria pesada que vivía de sí misma. Una potente industria siderúrgica producía acero para fabricar maquinaría de minería e infraestructuras para extraer de las minas más hierro y más carbón y trasportarlos a las industrias para que fabricaran más acero… A los gestores de esas industrias les era indiferente que fuera realmente necesario producir mucho o poco acero: cumplían los objetivos de un plan quinquenal.


La planificación centralizada ha sido la responsable de algunos de los mayores desastres naturales del siglo XX, además del de Chernobyl. En China, durante la etapa del Gran Salto Adelante entre 1958 y 1960, se organizó la campaña contra las cuatro plagas, que pretendía exterminar completamente (además de a ratones, moscas y mosquitos) a los gorriones, ya que comían del grano sembrado en tierra y mermaban la producción de cereales. Tan eficaz fue la campaña que grandes nubes de langosta y otros insectos, libres de sus enemigos naturales, contribuyeron poderosamente a las hambrunas que sufrió el país durante los años siguientes.



En la antigua URSS se destinó la totalidad del caudal de los ríos Amur-Daria y Sir-Daria al regadío en gran escala de monocultivos de algodón en las repúblicas de Uzbekistán y Kazajistán, con el resultado de la desecación del mar de Aral en un 80% y la consiguiente desertificación de toda la región.


Después de 1991 los estados de Cuba y de Corea del Norte sufrieron una grave crisis alimentaria al cortarse el suministro de petróleo y fertilizantes químicos desde la URSS, con resultados diferentes, como describe Dale Allen Pfeiffer en su clásico trabajo “Aprendiendo lecciones de la experiencia; Las crisis agrícolas en Corea del norte y Cuba”, Parte I y Parte II.

La gran diferencia estuvo en que en Cuba el giro hacia la perdurabilidad que se vieron obligados a dar se basó en iniciativas desde abajo de los agricultores o de la población urbana, forzados por las circunstancias a producir policultivos para el consumo local, chocando con una planificación centralizada que todavía estaba orientada hacia el monocultivo de caña de azúcar para la exportación. Por lo menos el régimen tuvo la flexibilidad suficiente para tolerarlas, lo que no fue el caso de Corea del Norte donde la planificación centralizada se mantuvo invariable y condujo a una terrible hambruna. La agricultura no puede ser sostenible más que si los agricultores son autosuficientes.

El propio Fidel reconoce en su discurso pronunciado con motivo del 60 aniversario de su ingreso a la Universidad. de La Habana, el 17 de noviembre de 2005, que por inercia se continuaba con el monocultivo azucarero a pesar de que hacía ya ańos que ya no era viable, que ninguno de los miles de economistas que elaboraban el plan se percató del disparate (o no se atrevió a decirlo), y tuvo que ser él en persona quien se diera cuenta y ordenara dejar de roturar terreno para caña de azúcar.

Cuando la industria azucarera, que antes producía 8 millones de toneladas y hoy apenas llega a uno y medio, porque hubo que suspender radicalmente la roturación de tierra y la siembra cuando el combustible ya estaba a 40 dólares el barril y era la ruina del país, sobre todo, cuando se unía a ciclones cada vez más frecuentes, o sequías más prolongadas, y porque el campo de cańa apenas duraba cuatro o cinco ańos, antes eran 15 ó más, y cuando el precio del mercado mundial era de siete centavos, recuerdo incluso el día que hice una pregunta sobre el precio del azúcar y otra sobre la producción a fines de marzo a una empresa comercializadora del azúcar y no sabían ni siquiera el azúcar que estaban produciendo por meses, y al preguntar el costo en divisas de una tonelada de azúcar nadie lo sabía, se supo solo alrededor de un mes y medio después.

Hubo, sencillamente, que cerrar centrales o íbamos hacia la fosa de Bartlett. El país tenía muchos economistas, muchos muchos, y no intento criticarlos, pero con la misma franqueza que hablo de los errores de la Revolución les puedo preguntar por qué no descubrimos que el mantenimiento de aquella producción, cuando hacía rato se había hundido la URSS, el petróleo valía 40 dólares el barril y el precio del azúcar estaba por el suelo, por qué no se racionalizaba aquella industria y por qué había que sembrar 20 000 caballerías ese ańo, es decir, casi 270 000 hectáreas, para lo cual hay que roturar la tierra con tractores y arados pesados, sembrar una cańa que después hay que limpiar con máquinas, fertilizar con costosos herbicidas, etcétera, etcétera, etcétera. Ningún economista de los que el país tiene, al parecer se percató de eso, y hubo sencillamente que dar una instrucción, casi una orden, de parar aquellas roturaciones. Es como si le dicen: "El país está siendo invadido", usted no puede decir: "Espérese, que me voy a reunir treinta veces con cientos de personas." Es como si cuando Girón hubiésemos dicho: "Vamos a hacer una reunión y discutir tres días las medidas que vamos a tomar contra los invasores." Les aseguro que la Revolución ha sido a lo largo de su historia una verdadera guerra y constantemente el enemigo acechando, el enemigo dispuesto a golpear y golpeando cuantas veces le demos una oportunidad.

Realmente, yo llamé al ministro y le dije: "Mira, por favor, ¿cuántas hectáreas tienes roturadas?" Responde: "Ochenta mil." Le digo: "No rotures una hectárea más." No era mi papel, pero no me quedó más remedio, usted no puede dejar que al país lo hundan, y en abril el país estaba roturando 20 000 caballerías de tierra.

Hemos hecho cosas de esas, cosas que harían hablar a las piedras. Ustedes no tienen ninguna culpa; pero, ¿qué nos pasaba? ¿Por qué no lo veíamos? ¿Qué cosas malas estábamos haciendo? ¿Qué debíamos rectificar? Hacía rato se había hundido la URSS, nos quedamos sin combustible de un día para otro, sin materias primas, sin alimentos, sin aseo, sin nada. Tal vez fue necesario que ocurriera lo que ocurrió, tal vez fue necesario que sufriéramos lo que sufrimos, dispuestos, como estábamos, a dar la vida cien veces antes que entregar la patria o entregar la Revolución, la Revolución en la que creíamos.
Como reconoció Raúl hace dos días “el exceso de centralización conspira contra el desarrollo de la iniciativa de la sociedad”. Esperamos que las nuevas medidas económicas enfocadas hacia una paulatina descentralización resuelvan el gran dilema de hacer sostenible la economía sin que deje de ser socialista.

Sobre los desastres causados por el sistema capitalista no es necesario que me extienda. Son de sobra conocidos, a diario los padecemos y están ampliamente documentados, pero todos ellos vienen de su propia naturaleza crematística que le hace crecer por encima de toda otra consideración; de ahí le vienen en última instancia las contradicciones que le hacen entrar en crisis.

El accidente de Fukushima deja al descubierto que la forma capitalista de planificar no tiene nada que envidiarle, en cuanto a incompetencia, a la de los soviéticos que diseñaron y gestionaron Chernobyl. Como describe Méndez en su artículo, los dos principales directivos de la eléctrica TEPCO estaban de viaje fuera del Japón el día del terremoto, y no pudieron hacerse de la situación hasta más de 24 horas después, sin que en su ausencia nadie se atreviera a tomar decisiones como purgar los gases del interior de los reactores para aliviar la presión (lo que de haberse hecho a tiempo hubiera impedido las explosiones de hidrógeno). La decisión desesperada de refrigerar con agua de mar tardó en tomarse porque inutilizaba para siempre los valiosos reactores, y en un primer momento todo el interés de TEPCO estaba en salvarlos como fuera, con el resultado de que los núcleos acabaron fundiéndose.
Porque en Fukushima todos son culpables: la mala selección del emplazamiento, la optimista valoración de riesgo sísmico y de tsunamis, el diseño, la operación, la gestión de la emergencia y hasta de la información. Cinco semanas después, Japón no logra controlar Fukushima. Ni aventura cuándo podrá hacerlo. Ni siquiera tiene claro cómo atacar la refrigeración de la central y controlar el escape radiactivo.

Se minimizó la probabilidad de un terremoto de magnitud 9, la central estaba diseñada para soportar olas de 5,5 metros, pero no de 14 que fue la que llegó ¿Nadie pensó que en la costa es normal que después de un terremoto siga un tsunami?

El gobierno japonés mostró más complacencia con la empresa de la razonable porque en Japón es práctica habitual (como en tantas otras partes) que los políticos y altos funcionarios acaben su carrera como asesores de las grandes empresas. Por ejemplo, uno de los directivos de TEPCO había sido recientemente director general de energía del gobierno del Japón.

La mejor página para seguir las noticias de este accidente, cuya lectura recomiendo, se llama El metro de goma, porque “lo estiran y encogen según convenga, aumentan la dosis de radiación admisible a medida que ésta crece, estirarán el NIES para ponerlo de 1 a 10 y que Chernóbil siga siendo un 7. Fukushima está por ver si un 8 o un 9”.




 

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