El 14 de abril de 1912 el mayor y más lujoso transatlántico de su época, considerado insumergible, se hundió en su viaje inagural en apenas dos horas y 40 minutos tras chocar con un iceberg cerca de Terranova.
El buque navegaba por un mar plagado de icebergs en plena época de deshielo a mayor velocidad de la que aconsejaba la prudencia porque su capitán, presionado por el armador, quería batir el record de velocidad en travesías transatlánticas. Cuando tuvo lugar el choque, y a pesar de que para su diseñador fue evidente desde el primer momento que el hundimiento era irreversible, fue política del capitán quitarle importancia al asunto para no causar pánico. La prioridad en el acceso a los insuficientes botes salvavidas la tuvieron los pasajeros de primera clase. La orquesta continuó tocando para mantener la calma incluso cuando ya era notorio que el buque se hundía.
Este episodio ha sido comparado repetidamente con la marcha de la economía mundial. Los paralelismos son evidentes. Las dos grandes escuelas del pensamiento económico dominante, keynesianos y neoliberales, coinciden en que el buque es insumergible y que sus remedios acabarán por sacarlo a flote. Los keynesianos dicen que el aumento del gasto público y el rescate por parte del estado de los sectores financieros e industriales arruinados relanzarán la actividad económica. Son como los que quieren impedir el hundimiento del Titanic poniendo los motores del barco a funcionar achicando el agua que entra a raudales por las vías de agua que tiene abiertas, aunque ya no se puedan cerrar. Los neoliberales dicen que esto es contraproducente, porque estos rescates absorben los recursos que necesita la iniciativa privada para continuar “la senda del crecimiento”; bastaría con reducir el gasto público al mínimo aunque supusiera un doloroso ajuste para la mayoría de la población. Son como los que creen que hay que volver a conectar las hélices para que el buque siga navegando sin perder velocidad, y que para impedir el hundimiento hay que soltar lastre tirando por la borda a la carga y al pasaje, preferentemente a los de segunda y tercera clase. Los recientes sucesos de Grecia pueden ser un anuncio del motín que se producirá entre el pasaje si tal cosa se intentara.
Otra reflexión que puede hacerse es que la crisis es sistémica y global. No puede salvarse la zona dolar a costa de la zona euro, ni los estados acreedores a costa de los deudores, ni los paises emergentes pueden desacoplarse de los desarrollados, de la misma manera que no puede hundirse la proa pero seguir a flote la popa, ni que se salvará la banda a babor a costa de la de estribor.
Los medios de desinformación de masas son la orquesta que seguirá tocando todo el tiempo que haga falta para que no nos demos cuenta de lo escorado que está el barco.
La última pieza que tocó la orquesta fue el himno “Nearer, my God, to Thee” (“Más cerca, oh Dios, de ti”).
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