José Martí nos enseña que quien resiste con perseverancia acaba trinfando

TRES HEROES - José Martí

Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados.




Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba.



martes, 20 de noviembre de 2012

Cho Vito y la Ley




La ley es tela de araña, y en mi ignorancia lo explico,
no la tema el hombre rico, no la tema el que mande,
pues la rompe el bicho grande y sólo enrieda a los chicos.
Es la ley como la lluvia, nunca puede ser pareja,
el que la aguanta se queja, más el asunto es sencillo,
la ley es como el cuchillo, no ofiende a quien lo maneja.

La Vuelta de Martín Fierro. José Hernández. 1879
 

No todas las ilegalidades son igual de ilegales, ni todas las leyes se aplican con el mismo rigor, ni todas las sentencias se ejecutan con la misma celeridad. Pocas normas se han aplicado de forma tan desigual como la Ley 22/1988, de Costas de España, de 28 de julio de1988.

Nunca una Ley se ha infringido tanto comola Ley de Costas. Rara vez una ley se ha aplicado de forma retroactiva como la Ley de Costas. Nada es tan arbitrario como fijar un deslinde marítimo-terrestre sobre una costa modificada, en base a planos antiguos o a estudios geológicos, sobre todo cuando quien custodia esos planos o encarga esos estudios es la D.G. de Costas.   

Para ver una línea de deslinde marítimo-terrestre que se tuerce al llegar a ciertas propiedades, o que atraviesa recta al pasar por otras, hay que estudiar el litoral de cualquier municipio de España, como por ejemplo Candelaria, de cuyo PGO están sacadas estos planos:
 


Precisamente en Candelaria ha sido demolido el barrio de Cho Vito.
 
 
 
 
 

jueves, 1 de noviembre de 2012

El Capital para entender la crisis del capitalismo


 
La mejor lectura para comprender la crisis económica actual es un tratado en tres tomos publicados entre 1867 y 1894. El Capital no contiene en sus 1.500 páginas ni una sola palabra sobre socialismo; no trata más que de capitalismo (como su propio nombre indica). Es un análisis exhaustivo, desde su base filosófica más profunda, de cómo funciona la economía capitalista, escrito con la rigurosidad pero también con la prolijidad y la pesadez de las que sólo es capaz un alemán.

Marx basó su sistema en la teoría del valor, que no fue inventada por él, sino por los clasicos de la economía política clásica inglesa: Adam Smith, David Ricardo y John Stuart Mill, cuya obra conocía al dedillo. La teoría del valor considera que lo que aporta valor a una mercancía es el trabajo humano socialmente necesario contenido en ella. El trabajo humano según Smith, Ricardo y Stuart Mill, como mercancía que es, debe ser remunerado únicamente en su coste de producción, es decir, en lo que cubra las necesidades básicas y suficientes para que el trabajador sobreviva y pueda reproducirse. El excedente se lo queda el capitalista, que para eso hizo su inversión y corrió con los riesgos. Marx únicamente desarrolló esta teoría hasta sus últimas consecuencia y señaló las contradicciones inherentes a la naturaleza crematística del capitalismo, a su necesidad de crecer sin límite, lo que lo llevaba a sufrir inevitable y periódicamente crisis económicas cada vez peores y más profundas.

Para poder oponerse a Marx las escuelas liberales más modernas han renunciado a la teoría del valor, sustituyéndola por la llamada “teoría de la utilidad marginal” (el valor de un bien es algo subjetivo basado en la utilidad que a cada individuo le reporta y en los bienes alternativos a cuya adquisición renuncia), útil para deducir empíricamente precios de mercado, pero a costa de quedarse sin fundamento teórico. Los liberales achacan la existencia de ciclos de prosperidad, superproducción y crisis a la intervención del Estado, que pervierte con mecanismos tales como la manipulación de los tipos de interés, el estímulo del crédito, o la política fiscal, a un mercado que de forma “natural” tendería a regularse sólo.

Los marxistas emplean la teoría del valor, no porque sirva para calcular precios (que también, aunque más complicado), sino porque explica con un soporte matemático mínimo al alcance de cualquiera (la cuenta de la vieja) la naturaleza explotadora del capitalismo, por qué necesitan los capitalistas ampliar la escala de sus empresas para continuar ganando lo mismo, por qué inevitablemente ocurren crisis de superproducción cada vez peores, por qué el capital se refugia en la economía financiera si la economía productiva no le rinde lo suficiente, y por qué para volver a comenzar otro nuevo ciclo de crecimiento tiene primero que destruirse valor (quiebra de empresas) y aumentarse la tasa de plusvalía (lo llaman “moderación salarial vinculada a la productividad”). Quien se haya leído El Capital, puede estar toda la vida polemizando con liberales y nunca serán capaces de demostrarle que el capitalismo no está condenado a desaparecer.

La causa de que el capital tenga ciclos y periódicamente se desquicie es interna, y se formula como “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”. Como consecuencia de los avances técnicos y de que se inviertan sistemáticamente los beneficios en aumentos de productividad, y de que la libre concurrencia hace que se generalicen estas mejoras, los precios tienden a bajar, y por tanto disminuye el beneficio por unidad de mercancía fabricada. El capital lo compensa ampliando todavía más la escala e invirtiendo todavía más en aumentar la productividad, con lo que cada vez se crea menos empleo en relación a la masa de mercancías fabricadas, y cada vez disminuyen más los salarios en relación con el total de la economía, y por tanto la capacidad de consumo de la sociedad. Al disminuir la tasa de ganancia disminuye proporcionalmente el tipo de interés (hay exceso de capital ocioso en relación a las oportunidades de inversión en la economía real), que sirve para financiar proyectos cada vez más arriesgados, e incluso especulación pura y dura en la economía financiera. Inevitablemente todo explota, y no volvemos a "la senda del crecimiento" hasta que no quiebran los más endeudados, no vuelven a bajar los salarios, no se destruye capital y no se malbaratan las inversiones que en su día hicieron los más audaces, que son adquiridas por los mismos de siempre a precio de saldo (así se concentra más el capital con cada crisis). Podría explicarse con más rigor en términos marxistas, pero es preferible emplear un lenguaje inteligible por todos.

La intervención del Estado en la economía capitalista, como el más solvente y mejor financiado de todos los empresarios, directamente o favoreciendo a las grandes empresas demasiado-grandes-para-quebrar, por ejemplo mediante obra pública cuanto más faraónica mejor, o mediante contratos en la industria de armamentos, únicamente puede prolongar algunas décadas más este ciclo, pero la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia es general y vale también para el Estado: de ahí que cada vez una mayor cantidad de endeudamiento público provoca una menor cantidad de crecimiento económico. El Keynesianismo es en realidad la muleta que impide que el cojo se caiga, permitiendo que continúe caminando aunque sea renqueando.