Suscribo completamente esta frase que no es mía, sino del profesor Roberto Centeno, ingeniero industrial, catedrático de economía en la Escuela de Minas, ex-director general de ENAGAS y ex-consejero-delegado de CAMPSA, tomada de su artículo “Riesgo nuclear, una broma comparada con el gas líquido” publicado el pasado lunes 21 de marzo. Bien es verdad que el profesor Centeno es un defensor irreductible de la energía nuclear y que escribe movido por la intención de minimizar las consecuencias del desastre de la central nuclear de Fukushima, seriamente afectada por el desgraciado terremoto del Japón, argumentando que aunque graves sean los riesgos de la energía nuclear, mayores (al menos en cuanto a su capacidad explosiva) son los del gas natural licuado. No obstante estas razones contra el gas están expuestas con rigor y conocimiento y, aunque no comparto en absoluto su defensa de la energía nuclear, las cito a continuación casi literalmente.
En una central nunca puede darse una explosión nuclear porque el uranio está solo enriquecido de un 3 a un 5% y se necesitaría mas del 90% para dicha explosión (la gran explosión de Chernobil y las pequeñas explosiones de Fukushima no son nucleares, sino químicas por el hidrógeno liberado al descomponerse el vapor de agua a alta temperatura cuando falla el sistema de refrigeración del núcleo del reactor nuclear). En cambio el metano, líquido cuando se le enfría a menos 170 grados centígrados, se transforma en un volumen 600 veces mayor de metano gaseoso cuanto la temperatura sube. El metano en estado gaseoso cuando se mezcla con el aire es un explosivo de gran poder destructivo.
En el accidente de los Alfaques (Tarragona) en 1978 un camión cisterna de 25 toneladas de propileno, un producto tres veces menos explosivo que el metano, explotó arrasando una superficie de 10.000 metros cuadrados y matando 300 personas, 215 de ellas en el acto. Un buque metanero lleva 70.000 toneladas de un líquido el triple de peligroso, cuyo poder destructivo equivale al de 30 bombas nucleares como la de Hiroshima y que, en caso de accidente o atentado terrorista, sería el Apocalipsis, el de verdad. El radio de daños serios podría alcanzar tres kilómetros, pero entre uno y medio y dos la destrucción sería cercana al 100%.
En España, debido a la irresponsabilidad de empresas y autoridades, existen terminales de gas líquido en seis ciudades, Barcelona, Huelva, Cartagena, Bilbao, Sagunto y Ferrol, algo que no ocurre en ningún otro país, donde los terminales están alejados de las poblaciones, a menudo en islas artificiales, y a los metaneros no se les permite acercarse a menos de 10 millas de la costa. Increíblemente, España dispone de la tecnología para ello. Tanto es así que un terminal que ha sido instalado en el Adriático, al sur de Venecia y a 30 km. de la pequeña localidad de Rovigo, ha sido construido en Algeciras y remolcado hasta su emplazamiento cerca de la costa. ¿Cómo es posible que las empresas españolas no instalen los terminales de gas en estas islas artificiales?
Continúa Centeno narrando como parte implicada (cuado era director de ENAGAS a principio de los 70) el proyecto inicial de la regasificadora de Barcelona, en una isla artificial al sur del aeropuerto de Llobregat, ya que se consideraba que los metaneros entrando en Barcelona eran un riesgo inaceptable, pero finalmente una nueva dirección optó por construirla en el interior del puerto.
Un accidente o un atentado terrorista contra un gran metanero entrando en el puerto de Barcelona –los metaneros figuran como objetivo número dos de Al Qaeda después de las unidades separadoras de gas de los campos de petróleo saudíes– podría destruir un tercio de la ciudad en cuestión de segundos. En el caso de Mugardos, en Ferrol, ocurriría algo muy similar. Por otro lado, en España existen hoy más terminales de recepción de gas líquido que en toda Europa junta, y los grandes metaneros pasan y atracan junto a zonas habitadas prácticamente todos los días, algo prohibido en casi todo el mundo.
Las localidades canarias de Granadilla y Arinaga pueden convertirse pronto, de prosperar los planes de los gobiernos central y autonómicos, en otras dos estaciones más de esa geografía macabra, como nos ha recordado Cristóbal García Vera en otro artículo recomendable: “Las regasificadoras canarias: dos bombas de relojería sobre el Archipiélago”, del que me he permitido tomar la fotografía con que ilustro éste.
El argumento económico a favor del gas natural licuado tampoco se sostiene. Era un mal negocio en el año 2006 y lo sigue siendo ahora, como los tristes acontecimientos del norte de Africa confirman.
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