Muchos se han imaginado repúblicas y
principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente;
porque hay tanta distancia de cómo se vive a como se debería vivir, que quien
deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer aprende antes su
ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los punto
profesión de bueno labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son.
Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a
poder ser no-bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la
necesidad.
Maquiavelo. El Príncipe, capítulo
XV “De aquellas cosas por las que los hombres y sobre todo los príncipes son
alabados o censurados”
Maquiavelo no era ningún utópico.
Su proyecto político, aunque difícil de lograr (de hecho la unificación de
Italia en un solo reino tardó todavía 3 siglos en llegar), hubiera sido posible
en su país y en su momento histórico. Quienes hacen política en la realidad, y
no solo juegan a hacer política, necesariamente se crean enemigos, quienes no
dudarán en emplear toda las malas artes a su alcance. Hay que tener por tanto
fama de clemente, pero nunca hacer mal uso de esa clemencia; a veces hay que
ser cruel. Al príncipe nuevo le resulta particularmente difícil evitarlo “por estar los Estados nuevos llenos
de peligros”. Cuando hay mala gente, si no es posible que todos te amen, por lo
menos que te teman.
Empleando la terminología de
Maquiavelo, el príncipe debe ser fuerte como el león pero astuto como la
zorra. Hay que cultivar lealtades
siempre que se pueda, pero hay que saber con quiénes no se puede.
Maquiavelo, ese incomprendido
Maquiavelo, ese incomprendido-y III
Maquiavelo, ese incomprendido
Maquiavelo, ese incomprendido-y III
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