Durante mi reciente viaje por
Marruecos me llamó mucho la atención que en las aldeas perdidas del Alto Atlas,
accesibles sólo a través de caminos de mulas, hubiera placas fotovoltaicas y
antenas parabólicas. Gentes que viven como mis bisabuelos hace más de un siglo,
practicando agricultura y ganadería de subsistencia, en casas hechas de tierra
amasada con paja, a bastantes kilómetros de carreteras practicables para
automóviles o de la red eléctrica, se conectan todas las noches a internet o a
la televisión por satélite, del país del mundo o en el idioma que mejor les
parezca (incluso en tamazigh).
El acceso a la era de la Aldea Global, que a
nosotros nos costó pasar por sucesivas revoluciones industriales y posteriores
reconversiones y deslocalizaciones a lo largo de muchos años, ellos lo están
viviendo como un gran salto, tecnológico y social, de gigante.
Mientras tanto,
su medio natural continúa inalterado, y su forma de vida sigue siendo
perdurable (aunque austera), pues son perfectamente autosuficientes en cuanto a
los recursos que necesitan sus producciones agrícolas o ganaderas, o sus
viviendas.
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