Nos han llegado nuevas de que
mi hermano el Gran Jefe Blanco ya no es blanco pero, salvando este nimio
detalle, nada más ha cambiado entre los cara pálida y nosotros. Su dios
continúa sin ser nuestro dios, su ley continúa sin ser nuestra ley, su mundo se
opone al nuestro, ahora como antes, como la noche se opone al día. Sólo
teníamos en común el mismo destino, porque tribus
siguen a tribus, y naciones siguen a naciones, como las olas del mar (es el orden
de la naturaleza, y lamentarse es inútil). Pero incluso ese momento de
decadencia que, aunque inexorable, parecía distante, ya lo estamos viendo llegar,
como las piedras que se aceleran cuando caen rodando pendiente abajo.
Los cara
pálida tienen que mover máquinas enormes para extraer riquezas en gran
cantidad, cuantas más mejor, de nuestra madre la Tierra, sin contentarse como
nosotros con tomar lo justo y estrictamente necesario para sustentar a la
tribu. Los cara pálida viajan a la velocidad del relámpago en animales
mecánicos, por la tierra o por el aire, porque tienen de todo menos tiempo. Los
cara pálida necesitan traer todos los días mercancías del otro extremo del
mundo. Los cara pálida tienen que iluminar sus ciudades con luces por la noche
como si fuera de día. Además esas riquezas de nuestra madre la Tierra, esos
viajes veloces, esas mercancías del otro extremo del mundo, tienen que aumentar cada día y cada año más
que el anterior, o a los cara pálida les parecerá que se están empobreciendo, y
que ya no tienen suficiente de esos papeles de color verde con la efigie del Gran Jefe Blanco Washington que tanto gustan de atesorar.
Pero esas máquinas enormes,
esos animales mecánicos, esas luces, consumen aceite negro que se saca de
dentro de la Tierra. Aunque los cara pálida lo gasten como si nunca se fuera a
acabar, es evidente como el sol que nos alumbra que el aceite negro no es
inagotable. Hace años el aceite negro manaba de la tierra como el agua. Luego
tuvieron que cavar profundos pozos. Luego tuvieron que chuparlo con máquinas
cada vez más potentes. Luego tuvieron que ir a buscarlo al fondo del océano o
al lejano norte donde no hay más que hielo. Ahora ya lo tienen que exprimir de
la piedras, con agua y con pólvora mediante explosiones en lo más profundo de
las entrañas de nuestra madre la Tierra. ¿Pueden sacar los cara pálida de
nuestra madre la Tierra todo el aceite negro que quieran, o alguna vez
menguará, como las fuentes y los ríos menguan cuando llega el verano? No.
Ciertamente que, si cada vez cuesta más de extraer, alguna vez el aceite negro
se acabará. Los cara pálida pueden imprimir todos los papeles
de color verde con la efigie del Gran Jefe Blanco Washington que quieran,
pero del aceite negro solo pueden sacar el que vaya quedando en la Tierra. Pueden
sembrar la tierra con maíz y fabricar agua de fuego (que se puede quemar igual
que el aceite negro), pero el gasto en aceite negro de las máquinas con que
trabajan será mayor.
Por eso el jefe Seattle dice
que el tiempo de los cara pálida está próximo a cumplirse, como una vez se
cumplió el tiempo de los piel roja. Se equivoca mi hermano el Gran Jefe Blanco si
cree que invadiendo a las tribus cuyos territorios sean ricos en aceite negro,
aunque estén al otro extremo del mundo, evitará su fin. Sus máquinas de guerra
también se alimentan con aceite negro. Sus enormes ejércitos de bravos
guerreros de cuchillos largos le cuestan más riquezas que las que pueden robar.
Sus papeles de color verde con la efigie del Gran Jefe Blanco Washington, con los
que compran todo lo que necesitan gracias al respeto que inspira a las gentes
esa imagen (reflejo del enorme poder que alguna vez tuvo), dejarán de tener valor
si se siguen imprimiendo sin fin.
Y aunque pudieran extraer y
quemar todo el aceite negro que quisieran, la cantidad de humo que nuestra
madre la Tierra y su hermano el Firmamento soportan tiene un límite. Si los
tratan como enemigos, ellos se vengarán con sequías, con tormentas, con
inundaciones, hasta que los cara pálida se extingan, o sus descendientes se
vean obligados a sobrevivir tomando de nuestra madre la Tierra lo justo y
estrictamente necesario para sustentar a su tribu. Así aprenderán que la Tierra
no pertenece al hombre, sino que es el hombre el que pertenece a la Tierra.
Que su dios ilumine a mi
hermano el Gran Jefe Blanco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario