Es normal que las cosas se vean
mejor cuando se las contempla desde la distancia, con visión de conjunto, y que
miradas demasiado de cerca se las distorsione. En política ocurre con
frecuencia: muchas personas no tienen problema ninguno en identificarse con las
causas lejanas, en el espacio o en el tiempo, pero se distancian de las que les
pillan cerca.
Muchos militantes revolucionarios
defienden sin fisuras la liberación de Palestina, o del Sáhara, o del
Kurdistán, o de Puerto Rico, o del pueblo mapuche, pero se toman con muchas
reservas el derecho a la autodeterminación de Euzkadi o de Calataluña, por no
hablar del de Canarias. En todos esos lugares debe de haber parecidas contradicciones
entre las clases sociales, los intereses económicos, las castas locales y los
poderes metropolitanos y globales, pero siempre son los conflictos más cercanos
los que parecen de más difícil resolución.
Cierta izquierda rancia se
desmarcó desde el principio del movimiento del 15-M porque sus promotores
decían que “no
eran ni de derechas ni de izquierdas”, o porque no les dejaban llevar sus
queridas y viejas banderas. Algún sesudo y conspiranoico escribidor llegó a
averiguar que entre la gente de DRY ¡¡¡ había personas de derechas ¡¡¡. No
obstante, el programa del 15-M era completamente inasumible para los partidos
de la casta y para los poderes económicos, por lo que objetivamente era de
izquierdas.
Más recientemente, algunos
desconfían del movimiento Podemos porque no se ha pronunciado inequívocamente
por la revolución ni por el socialismo, o porque promueve la unidad popular
(donde cabrían muchos que no son formalmente trabajadores sino pequeños
empresarios) en lugar del frente de izquierdas, pero no les duelen prendas en
solidarse con los movimientos populares de Venezuela, Ecuador o Bolivia que han
triunfado electoralmente y llevado al poder a gobiernos de otro tipo, a pesar
de que todavía no rompan abiertamente con el capitalismo sino que busquen más
bien una suerte de coexistencia.
Tienen razón en señalar que en estas
iniciativas hay mucha gente “rara”, que hay poca formación, que incluso
participan reconocidos arribistas, pero no es ni más ni menos que lo que
siempre ha habido en toda situación revolucionaria. Los bolcheviques en 1905 en
Rusia no tuvieron ningún reparo en participar en las asambleas (soviets), a
pesar de ser inicialmente un movimiento amorfo en el que ellos eran minoría, y que
la chispa que provocó la revuelta fue la brutal represión por parte de la
policía zarista de una manifestación promovida por un sindicato amarillo a cuya
cabeza iba un cura, a sueldo de esa misma policía.
El propio Lenin lo reconoce (Balance
de la discusión sobre la autodeterminación- 1916)
Quien espere la revolución social “pura”, no
la verá jamás. Será un revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera
revolución.
La revolución rusa de 1905 fue democrática burguesa.
Constó de una serie de batallas de todas las clases, grupos y elementos
descontentos de la población. Entre ellos había masas con los prejuicios más
salvajes, con los objetivos de lucha más confusos y fantásticos; había grupitos
que tomaron dinero japonés, había especuladores y aventureros, etc.
Objetivamente, el movimiento de las masas quebrantaba al zarismo y desbrozaba
el camino para la democracia; por eso, los obreros conscientes lo dirigieron.
Los bolcheviques en 1917 seguían
estando en minoría dentro de los soviets, pero fueron el único partido que
asumió enteramente sus reivindicaciones (tierra, pan y paz) a pesar de que no
eran en absoluto revolucionarias ni implicaban explícitamente la ruptura con el
capitalismo. Supieron ver las cosas con perspectiva, a pesar de tenerlas
delante.
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