Como escribí hace cuatro años, la
instrumentación de los espectáculos deportivos con fines políticos es tan
antigua como el deporte. Tanto el triunfo de la selección española de fútbol en
el mundial de Sudáfrica en 2010, como el
desastre del mundial de Brasil de este año, son acontecimientos exclusivamente deportivos… o al menos así
debería ser.
Con mayor o menor desfachatez los
políticos en el poder intentan que algo de la gloria que aureola a los héroes
acabe por iluminarles a ellos también. No cabe ninguna duda que si “La Roja”
hubiera triunfado como se esperaba, las grandes explosiones de fervor
rojigualda hubieran sido tomadas como muestras de respaldo al nuevo monarca Felipe
VI, cuya proclamación casualmente se hizo coincidir con el mundial. Es
inevitable por tanto que el desastre, aunque no es más que un espectáculo
deportivo (no nos han hundido la flota como en el 98), tenga su repercusión política.
Las derrotas son una cura de realismo. Justo
cuando se pone de manifiesto la falta de pan, fracasa el circo. Comienza el
reinado con un mal presagio.
Los nuevos reyes no despiertan precisamente
entusiasmo, “La Roja” ya dejó de ser un mito. Comienza a haber condiciones para
que alguna vez podamos animar a “La Morada”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario