En la época de Marx el principal
problema relacionado con lo que hoy llamaríamos ecología, problema tanto medioambiental
como de agotamiento de recursos naturales, era el de la progresiva pérdida de
fertilidad de los suelos agrícolas. Fue Liebig, el fundador de la química
agrícola, quien primero acertó a exponerlo: la extracción de nutrientes en
forma de cosechas, sin que sean repuestos, provoca disminución de los
rendimientos agrícolas, y no hay otra forma de solucionarlo más que restituyendo
al suelo lo que se le quitó.
Liebig estaba profundamente
preocupado porque ya en su época era notorio que la concentración de la
población en zonas urbanas, debido a la creciente industrialización, provocaba
una concentración de nutrientes en las ciudades, principalmente en Inglaterra
como país importador de materias primas agrarias, en forma de basuras y de
exceso de estiércol y de residuos contaminantes, y un empobrecimiento de los
suelos en las zonas agrícolas, principalmente en los países exportadores. Liebig culpaba directamente a Gran Bretaña del
saqueo de huesos en los cementerios para obtener fertilizantes mediante los que
compensar las deficiencias en fósforo:
Gran Bretaña priva a todos los países de los fundamentos de su fertilidad. Ha excavado los campos de batalla de Waterloo, Leipzig y Crimea; ha consumido los huesos de muchas generaciones acumulados en las catacumbas de Sicilia; y ahora anualmente acapara la comida de tres millones y medio de personas de las generaciones futuras. Como un vampiro chupa la sangre de Europa, o incluso del mundo, sin necesidad real ni ganancia permanente para sí misma. (Liebig. Agricultura Moderna, 1859)
Marx (conocedor de la obra de
Liebig), señaló en uno de los últimos capítulos del Capital, donde trataba
sobre la renta de la tierra, a propósito de la comparación entre la agricultura
capitalista industrial y la agricultura minifundista (o parcelaria), que el
capitalismo aplicado a la agricultura provocaba una fractura metabólica entre
la ciudad y el campo, arruinando tanto a la fuerza de trabajo como a la fuerza
natural del suelo. Marx estudió principalmente la contradicción interna del
capitalismo, su tendencia a entrar en crisis de superproducción por el
conflicto entre el carácter privado del capital y el carácter social del
trabajo, pero este asunto de la fertilidad del suelo le sirvió para señalar la
contradicción externa, su tendencia a
agotar los recursos naturales de los que depende su propia base económica.
La solución aplicada para paliar este
problema, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo
XX, fue extraer hasta su agotamiento un recurso no renovable: los depósitos de
guano en la costa de Chile y Perú y en las islas del Pacífico; causa de
competencia colonial entre las potencias de la época, y por supuesto de guerras,
como por ejemplo la guerra entre Chile y Perú y Bolivia por el desierto de
Atacama.
Preocupaciones parecidas expresa Lenin
en “La cuestión Agraria” (1901), cuando ya era notorio el agotamiento de las
minas de guano pero aún no se había descubierto la forma de sintetizar amoniaco
a partir del nitrógeno atmosférico:
“La posibilidad de sustituir los abonos
naturales por los artificiales y el hecho de que ya se haya hecho así
(parcialmente) no refutan en absoluto la irracionalidad de desperdiciar los
fertilizantes y de contaminar de ese modo los ríos y el aire de los suburbios y
de los distritos industriales. Incluso en la actualidad hay explotaciones
agrícolas en las inmediaciones de las grandes ciudades que utilizan los
residuos urbanos con enormes beneficios para la agricultura. Pero con este
sistema sólo se aprovecha una parte infinitesimal de los residuos.”
Para Marx y sus continuadores la
solución a esa ruptura metabólica era integrar industria y agricultura en el
mismo espacio geográfico, de forma que toda la población tuviera acceso a la
tierra y la pudiera cultivar de forma autosuficiente, fertilizándola con los
residuos. No es tan descabellado que haya que fundar ecoaldeas ni poner huertos urbanos.
El empleo a gran escala de
fertilizantes nitrogenados de síntesis a partir de 1918, la mecanización
agrícola y la globalización, cuya consecuencia es la generalización de
monocultivos por todo el mundo, ha conducido a que la producción agraria
dependa del consumo de energía fósil (como fertilizantes de síntesis, como
combustible, como fitosanitarios o como embalajes). El caso extremo son las 10
kilocalorías de energía fósil requeridas para producir 1 kilocaloría de
alimento entregado al consumidor en el sistema alimentario de EE.UU. El sistema
alimentario de EE.UU. consume diez veces más energía que la energía alimenticia
que produce.
Dado que la energía fósil es un recurso
no-renovable cuyo zenit está próximo a alcanzarse, es evidente que la ruptura
metabólica que Marx detectó en su fase incipiente se presenta ahora como un
problema varios órdenes de magnitud mayor. No hemos hecho otra cosa en este
último siglo que aplazar el problema, pero agravándolo, hasta extremos que ni
Marx ni Liebig hubieran podido nunca imaginar.
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