Hace ya muchos años un gobernador civil inauguró una carretera en un pueblillo perdido de su provincia. Durante el acto dijo que estaba asombrado por lo bien trazada que estaba, y que quería felicitar personalmente al ingeniero que la había proyectado. El contratista le dijo que habían hecho la obra sin ingeniero ni proyecto.
- ¿Cómo se las arreglaron entonces para hacerla tan bien?
- Lo único que hicimos fue seguir el camino que abrían los burros cuando subían o bajaban por la pendiente
Además de castigar la prepotencia de los ingenieros, este chiste está lleno de lógica. Las expresiones “hacer el burro” y “trabajar como un burro” se refieren al burro al que el humano mantiene amarrado y obliga a trabajar, pero el burro dejado en libertad es un animal bastante inteligente. Siempre aplicará la ley del mínimo esfuerzo. Ante una pendiente del terreno procurará seguir el camino más corto posible pero evitando la vía directa que le suponga esfuerzo o riesgo excesivos. Esto no significa que sean innecesarios los ingenieros, sino que el mejor proyectista será el que, aparte de lo que digan sus cálculos, comprenda que muchas veces la solución más rentable, sostenible, sencilla e incluso más estética no es la más costosa en medios o en capital, sino la que menos se oponga a lo que la naturaleza espontáneamente crea y modifica. Esta forma de proyectar cooperando con la naturaleza en lugar de enfrentandose a ella puede aplicarse a toda clase de infraestructuras e industrias; la escuela que la aplica en agronomía es la Permacultura.
Los permacultores no tienen necesidad de tratar sus cultivos contra plagas ni enfermedades porque, aparte de que sólo cultivan lo que se da en la época y en el terreno, lo hacen asociando hasta 6 o 7 especies distintas en el mismo metro cuadrado de cantero; podan sus árboles frutales lo menos posible; no cavan, ni aporcan, ni aran la tierra, ni entierran abonos, ni hacen compost en montón, sino que extienden sobre la superficie restos vegetales y materias orgánicas diversas (preferentemente del propio culivo) para que se haga mantillo de la forma más parecida a como tendría lugar en un terreno no agrícola (compostaje en superficie); asocian árboles y arbustos con cultivos herbáceos para abonar el suelo con la hojarasca y ramaje obtenidos en la poda; Procuran dejar que parte de las plantas se espiguen para que el cultivo se ensemille solo y continúe saliendo de risa; si han de labrar el terreno, sueltan gallinas, patos o cochinos en los canteros para que escarben al comerse el rastrojo. Contra lo que pudiera pensarse, los rendimientos (sumando todos los cultivos asociados) no desmerecen de los que podrían obtenerse con métodos convencionales.
Los creadores del método, trabajando cada uno independientemente del otro aunque luego han cooperado, son el japonés Masanobu Fukuoka y el australiano Bill Mollison.
Fukuoka llama a su escuela, profundamente impregnada de pensamiento budista, "La Agricultura del No Hacer". Su método y cómo llegó a él se describe en su libro "La Revolución en una brizna de paja".
Mollison define su método como el que es intensivo en información, en contraposición con los métodos convencionales que o son intensivos en capital, o son intensivos en trabajo. Uno de sus lemas es que lo que sólo tiene una única utilidad es malo. Su libro “Introducción a la permacultura” es de los mejores tratados que hay sobre agricultura ecológica.
Antes de que hubiera ingenieros agrónomos los campesinos de todo el mundo durante miles de años perduraron cooperando con la naturaleza. Sólo se desviaron cuando la superpoblación los obligó a esquilmar el medio por encima de lo sostenible (sostenible es un anglicismo que viene de sustainable, que traducido literalmente debería decirse “perdurable”), o cuando pusieron en cultivo terrenos que no eran óptimos, o cuando instancias superiores les obligaron al monocultivo.
La agricultura comenzó en climas cálidos (Oriente medio, la India, el sudeste asiático, Centroamérica, la zona andina) y sus primeros aperos agrícolas no eran más que palos para hacer agujeros donde sembrar o trasplantar. Fue cuando se extendió hacia el norte a climas templados que se hizo necesario arar profundamente el terreno; al voltear el terreno se favorece la aireación y por ello la actividad microbiana, deprimida por el frío. La agricultura no se extendió a Europa más que después de haberse inventado el arado. Por eso la agricultura intensiva en trabajo o en capital es un invento europeo; por eso la permacultura es en cambio el método ideal para los trópicos.
Los canarios antiguos no tenían más herramienta agrícola que un cuerno de cabra espichado al extremo de un palo. Con eso podían layar un terreno que ya estuviera humedecido por la lluvia y estercolado y libre de hierbas por el paso de su ganado, pero no araban, ni surcaban ni aporcaban. La cultura del campesino canario moderno, común al mundo mediterráneo, de trabajar el terreno constantemente sin dejar una sola mala hierba (no son malas, en realidad son parte del ecosistema y hacen sus funciones) no se explica más que por haber extendido la agricultura (frutales y viña) a secanos tan áridos que cualquier mala hierba compite con el cultivo por el agua escasa, habiendo abandonado la asociación con la ganadería.
“Los revolucionarios que no tienen huerto, que dependen del mismo sistema que atacan, y que producen palabras y balas, pero no comida ni abrigo, son inútiles”.
Pienso que todo el mundo debería tener un burro en algún lado de su vida.Se vería así en la obligación de tener un sitio para el burro y por ende para sí mismo.No habiendo ya sabiduría olvidada tendríamos una guía segura de como hay que empezar a hacer las cosas de nuevo y caeríamos en la cuenta de que hay que empezar a andar de otra manera por si tenemos la suerte de la providencia del burro de darnos cuenta.La permacultura ha estado ahí toda la vida y aún hoy se puede ver como crecen los cerrillos sobre el asfalto.¡Hay que ser antiburro para no darse cuenta!
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