No toda situación revolucionaria desemboca necesariamente en una
revolución. Puede pasar el sistema por una grave crisis de legitimidad que le
impida continuar como hasta entonces, puede haberse agravado
extraordinariamente la situación económica, pueden ser la calle o la red un
hervidero de manifestaciones, de demandas, de descontento; y ser capaz finalmente
el sistema de encontrar sus recambios y de reconducir la situación hacia la “normalidad”.
Para que haya revolución hace falta además que los de abajo crean que sí pueden
hacer caer a los de arriba.
Las condiciones objetivas se pueden predecir y explicar, porque sabemos
que la propia naturaleza del Poder le conduce inevitablemente a chocar contra
sus límites y a tener que enfrentarse a sus contradicciones, pero las condiciones
subjetivas son imprevisibles. La mejor vanguardia revolucionaria, los
activistas más comprometidos y lúcidos, pueden pasarse muchos años o toda la
vida luchando contra molinos de viento sin que los de abajo, a pesar de lo
evidentes que son los signos de que el sistema se descompone, muevan un dedo
por ayudarlos… hasta que en el momento menos pensado todo cambia de repente.
Nadie como Mao Ze Dong estudió tan rigurosamente, aunando la dialéctica
marxista y la dialéctica taoísta, cómo el imperialismo engendra sus
contradicciones y cómo está inevitablemente destinado a caer, ni profundizó
tanto en la estrategia de la guerra asimétrica, a lo Sun-Tzu, de acabar
agotando al enemigo comiéndole el terreno pero sin llegar jamás al
enfrentamiento frontal, en una guerra inevitablemente larga.
El texto más leído de todo su Libro Rojo es una versión de la vieja
fábula china “El Viejo Tonto que removió las montañas”, escrito en 1945, cuando
ya llevaba 21 años de guerra pero nada todavía indicaba que ya solo le quedaban
4 para ganarla.
Hace mucho tiempo vivía en el Norte de China un anciano conocido como el Viejo Tonto de las montañas del Norte. Su casa miraba al Sur, y frente a ella, obstruyendo el paso, se alzaban dos grandes montañas: Taijang y Wangwu. El Viejo Tonto decidió llevar a sus hijos a remover con azadones las dos montañas. Otro anciano, conocido como el Viejo Sabio, los vio y, riéndose, les dijo: "¡Qué tontería! Es absolutamente imposible que vosotros, siendo tan pocos, logréis remover montañas tan grandes." El Viejo Tonto respondió: "Después que yo muera, seguirán mis hijos; cuando ellos mueran, quedarán mis nietos, y luego sus hijos y los hijos de sus hijos, y así indefinidamente. Aunque son muy altas, estas montañas no crecen y con cada pedazo que les sacamos se hacen más pequeñas. ¿Por qué no vamos a poder removerlas?" Después de refutar la errónea idea del Viejo Sabio, siguió cavando día tras día, sin cejar en su decisión. Dios, conmovido ante esto, envió a la tierra dos ángeles, que se llevaron a cuestas ambas montañas. Hoy, sobre el pueblo chino pesan también dos grandes montañas, una se llama imperialismo y la otra, feudalismo. El Partido Comunista de China hace tiempo que decidió eliminarlas. Debemos perseverar en nuestra decisión y trabajar sin cesar; también conmoveremos a Dios. Nuestro Dios no es otro que las masas populares de China. Si ellas se alzan y cavan junto con nosotros, ¿por qué no vamos a poder eliminar esas montañas?
Las condiciones objetivas eran favorables para la remoción de las
montañas pero, hasta que las masas imprevisiblemente no cambiaron de parecer, no
pudieron ser removidas. Solo quien persevera tiene éxito.