La mejor lectura para comprender
la crisis económica actual es un tratado en tres tomos publicados entre 1867 y
1894. El Capital no contiene en sus 1.500 páginas ni una sola palabra sobre
socialismo; no trata más que de capitalismo (como su propio nombre indica). Es
un análisis exhaustivo, desde su base filosófica más profunda, de cómo funciona
la economía capitalista, escrito con la rigurosidad pero también con la prolijidad
y la pesadez de las que sólo es capaz un alemán.
Marx basó su sistema en la teoría
del valor, que no fue inventada por él, sino por los clasicos de la economía
política clásica inglesa: Adam Smith, David Ricardo y John Stuart Mill, cuya
obra conocía al dedillo. La teoría del valor considera que lo que aporta valor
a una mercancía es el trabajo humano socialmente necesario contenido en ella.
El trabajo humano según Smith, Ricardo y Stuart Mill, como mercancía que es,
debe ser remunerado únicamente en su coste de producción, es decir, en lo que
cubra las necesidades básicas y suficientes para que el trabajador sobreviva y
pueda reproducirse. El excedente se lo queda el capitalista, que para eso hizo
su inversión y corrió con los riesgos. Marx únicamente desarrolló esta teoría
hasta sus últimas consecuencia y señaló las contradicciones inherentes a la
naturaleza crematística del capitalismo, a su necesidad de crecer sin límite,
lo que lo llevaba a sufrir inevitable y periódicamente crisis económicas cada
vez peores y más profundas.
Para poder oponerse a Marx las
escuelas liberales más modernas han renunciado a la teoría del valor, sustituyéndola
por la llamada “teoría de la utilidad marginal” (el valor de un bien es algo
subjetivo basado en la utilidad que a cada individuo le reporta y en los bienes
alternativos a cuya adquisición renuncia), útil para deducir empíricamente
precios de mercado, pero a costa de quedarse sin fundamento teórico. Los liberales achacan la
existencia de ciclos de prosperidad, superproducción y crisis a la intervención
del Estado, que pervierte con mecanismos tales como la manipulación de los
tipos de interés, el estímulo del crédito, o la política fiscal, a un mercado
que de forma “natural” tendería a regularse sólo.
Los marxistas emplean la teoría
del valor, no porque sirva para calcular precios (que también, aunque más
complicado), sino porque explica con un soporte matemático mínimo al alcance de
cualquiera (la cuenta de la vieja) la naturaleza explotadora del capitalismo,
por qué necesitan los capitalistas ampliar la escala de sus empresas para
continuar ganando lo mismo, por qué inevitablemente ocurren crisis de
superproducción cada vez peores, por qué el capital se refugia en la economía
financiera si la economía productiva no le rinde lo suficiente, y por qué para
volver a comenzar otro nuevo ciclo de crecimiento tiene primero que destruirse
valor (quiebra de empresas) y aumentarse la tasa de plusvalía (lo llaman “moderación
salarial vinculada a la productividad”). Quien se haya leído El Capital, puede
estar toda la vida polemizando con liberales y nunca serán capaces de
demostrarle que el capitalismo no está condenado a desaparecer.
La causa de que el capital tenga
ciclos y periódicamente se desquicie es interna, y se formula como “ley de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia”. Como consecuencia de los avances
técnicos y de que se inviertan sistemáticamente los beneficios en aumentos de
productividad, y de que la libre concurrencia hace que se generalicen estas
mejoras, los precios tienden a bajar, y por tanto disminuye el beneficio por
unidad de mercancía fabricada. El capital lo compensa ampliando todavía más la
escala e invirtiendo todavía más en aumentar la productividad, con lo que cada
vez se crea menos empleo en relación a la masa de mercancías fabricadas, y cada
vez disminuyen más los salarios en relación con el total de la economía, y por
tanto la capacidad de consumo de la sociedad. Al disminuir la tasa de ganancia
disminuye proporcionalmente el tipo de interés (hay exceso de capital ocioso en
relación a las oportunidades de inversión en la economía real), que sirve para
financiar proyectos cada vez más arriesgados, e incluso especulación pura y
dura en la economía financiera. Inevitablemente todo explota, y no volvemos a
"la senda del crecimiento" hasta que no quiebran los más endeudados,
no vuelven a bajar los salarios, no se destruye capital y no se malbaratan las
inversiones que en su día hicieron los más audaces, que son adquiridas por los
mismos de siempre a precio de saldo (así se concentra más el capital con cada
crisis). Podría explicarse con más rigor en términos marxistas, pero es
preferible emplear un lenguaje inteligible por todos.
La intervención del Estado en la
economía capitalista, como el más solvente y mejor financiado de todos los
empresarios, directamente o favoreciendo a las grandes empresas
demasiado-grandes-para-quebrar, por ejemplo mediante obra pública cuanto más
faraónica mejor, o mediante contratos en la industria de armamentos, únicamente
puede prolongar algunas décadas más este ciclo, pero la ley de la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia es general y vale también para el Estado: de
ahí que cada vez una mayor cantidad de endeudamiento público provoca una menor
cantidad de crecimiento económico. El Keynesianismo es en realidad la muleta
que impide que el cojo se caiga, permitiendo que continúe caminando aunque sea
renqueando.
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